Tamara Ivanova Chikunova es una valiente y extraordinaria activista por los derechos humanos. Originaria de Rusia, vivía en Uzbekistán cuando su único hijo, Dimitri, de 29 años, fue condenado a muerte y fusilado el 10 de julio de 2000.
Colabora estrecha y continuamente con la Comunidad de Sant’Egidio desde hace muchos años. Junto a otras madres de condenados a muerte ha impulsado una lucha que culminó en 2008 con la abolición de la pena capital en su país. Gracias a su trabajo, implicando a abogados competentes, ha ayudado a salvar la vida de más de 150 condenados a muerte, logrando que conmutaran la sentencia de muerte o reconociendo la inocencia de los acusados. El constante seguimiento del uso de la tortura, de las condenas a pena capital emitidas y de las ejecuciones se ha extendido también a las repúblicas de Asia central. Su acción ha sido decisiva en las decisiones abolicionistas de Uzbekistán, Kirguistán, Kazijistán, Turkmenistán y también Mongolia. Trabaja intensamente para lograr la abolición de la pena capital en Bielorrusia, único país europeo que la mantiene, y lucha por la salvación de los condenados a muerte.
Viaja por Europa y por todo el mundo y visita a presos para explicar su emocionante testimonio:
Mi hijo Dimitri de 28 años y yo vivíamos felizmente en Taskent (Uzbekistán) hasta que el 17 de abril de 1999 nuestra vida se detuvo. Mi hijo fue arrestado y posteriormente condenado a muerte. El 10 de julio de 2000 fusilaron a Dimitri, mi único hijo. Mi hijo era inocente.
Desde aquel día no he dejado de trabajar para salvar la vida de los condenados a muerte. Yo, una pequeña mujer derrotada, trabajaba para que ganara la vida. A principios de 2002 escribí una carta a la Comunidad de Sant’Egidio. Buscaba ayuda para mí y para mi misión: liberar a los condenados a muerte. ¡Doy gracias al Señor porque desde aquel día ya no nos hemos separado! Con el paso de los años se han producido milagros, hemos podido salvar la vida de muchos jóvenes condenados a muerte en mi país. ¡Realmente he recibido señales del amor de Dios! Dios me dio la fuerza de perdonar a todos los responsables de la ejecución de mi hijo. Y cuando encontré la fuerza de perdonar me hice más fuerte. ¡El 1 de enero de 2008 Uzbekistán abolió oficialmente la pena de muerte! Así salvamos a todos los que viven y vivirán en Uzbekistán.
Juntos salvamos la vida de muchos condenados a muerte también de Kirguistán, Kazijistán y Mongolia. He luchado por la vida de todos ellos, porque en ellos veía a mi hijo. Y hoy día Asia central y Mongolia están libres de la pena de muerte. Mi lucha ahora es abolir la pena capital en Bielorrusia y humanizar la vida en todas las cárceles.
Con la Comunidad de Sant’Egidio he empezado a visitar las cárceles de Italia, aunque allí no hay pena de muerte. Cuando estoy en la cárcel siento como si mi hijo todavía estuviera vivo. En la cárcel he visto mucho dolor, hay muchos pobres, personas sin hogar, sin familia, sin ayuda. Yo explico mi historia y me doy cuenta de que ellos tienen una gran demanda de amor.