
Anthony Boyd, de 54 años, preso del corredor de la muerte de Holman, Alabama, puede ser ejecutado por asfixia con nitrógeno. Su historia presenta profundas controversias éticas y legales a nivel internacional.
Condenado por homicidio hace 32 años, su caso está marcado por fuertes dudas de que tuviera un juicio justo y sobre la ineficacia de la defensa legal que tuvo a causa de su indigencia. Actualmente, su destino es el de la asfixia con nitrógeno, un método de ejecución que Alabama ha introducido recientemente. Este procedimiento ha sido prohibido incluso para la eutanasia animal por su intrínseca crueldad, y su uso entra en conflicto directo con la Octava enmienda de la Constitución estadounidense, que prohíbe las penas crueles e inusuales.
Años de correspondencia con Boyd revelan su humanidad y muestran a un hombre que ama la vida, a sus hijos que lo han hecho abuelo, y a su madre. Pero esta fragilidad hoy se ve dominada por la angustia de la ejecución de su compañero de cárcel, Kenneth Smith, ejecutado con nitrógeno en 2024 (la primera ejecución del mundo con este método).
Sin negar su condena, Anthony Boyd invoca una justicia que opte por la misericordia. Sus cartas terminan con un desesperado “Benditos seáis”, expresión final que manifiesta que la pena de muerte es una práctica que “apaga toda esperanza”. Su batalla legal es una fuerte denuncia contra el método de la asfixia con nitrógeno que se aplica en Alabama y un llamamiento a abolir la pena capital.